viernes, 20 de marzo de 2009

LEYENDA HINDU EL SANTO DEL OJO


LEYENDA HINDU: EL SANTO DEL OJO
Vivía hace mucho tiempo un jerarca del bosque que pasaba todos sus días cazando, de modo que en los bosques resonaban los ladridos de los perros y los gritos de los sirvientes. Era un adorador de Subrahmanian, la deidad montaña del Sur, y sus ofendas eran bebida fuerte, pavos y pavos reales, aconipañados con danzas salvajes y grandes banquetes. Tenía un hijo, de nombre Robusto, a quien siempre llevaba con él en sus expediciones de caza, dándole la educación, así decían ellos, de un joven cachorro de tigre. Llegó el momento en que el jerarca se volvió débil, y pasó su autoridad a Robusto.

Él también pasaba sus días cazando. Un día un gran verraco se escapó de las redes en que había sido cogido y se largó. Robusto le persiguió con dos sirvientes. una larga y cansadora persecución, hasta que al final el verraco cayó de agotamiento y Robusto lo cortó en dos. Cuando la comitiva llegó propusieron asar el verraco y tomar un descanso, pero allí no había agua; entonces Robusto cargó el verraco sobre sus espaldas y se fueron muy lejos. Entonces vieron la colina sagrada de Kalaharti; uno de los sirvientes señaló su cumbre, donde había una imagen del dios con mechones enmarañados. «Vayamos allí a rezar», dijo. Robusto alzó otra vez al verraco y fueron más y más lejos. Pero al caminar, el verraco se volvía más y más liviano, maravillando cada vez más a su corazón. Dejó el verraco y corrió a buscar el significado del milagro.

No pasó mucho tiempo hasta que llegó a una columna de piedra, la parte superior de la cual tenía la forma de la cabeza del dios; inmediatamente ella habló a su alma, preparada por alguna bondad o austeridad de algún nacimiento anterior, de modo que toda su naturaleza cambió y no pensó en nada sino en el amor al dios que ahora veía por primera vez; besó la imagen, como una madre abrazando a un hijo perdido hace tiempo. Vio el agua que había sido vaciada recientemente sobre ella, y la cabeza se pobló de hojas; uno de sus seguidores, que venía justo detrás, dijo que esto debió haber sido hecho por un viejo brahmán devoto que había vivido cerca en los días del padre de Robusto.

Entonces vino al corazón de Robusto que él mismo debía tal vez prestar algún servicio al dios. Él no quería dejar la imagen sola, pero no tenía alternativa, y volviendo de prisa al campamento eligió algunas partes tiernas de la carne asada, las probó para ver si estaban buenas y, poniéndolas en una bandeja de hojas y cogiendo un poco de agua del río en su boca, corrió de vuelta a la imagen, dejando a sus asombrados seguidores sin palabras, dado que naturalmente ellos pensaron que se había vuelto loco. Cuando llegó a la imagen salpicó agua de su boca, hizo una ofrenda de la carne de verraco y dejó junto a ella flores salvajes de su propio cabello, rogando al dios que recibiera sus obsequios. Entonces el Sol cayó, y Robusto permaneció junto a la imagen de guardia con su arco encordado y su flecha afilada. Al amanecer fue a cazar para tener más ofrendas para poner frente al dios.

Mientras tanto el brahmán devoto que había servido al dios tantos años vino a hacer sus acostumbrados servicios matinales; trajo agua pura en vasijas sagradas, flores frescas y hojas, y recitó rezos sagrados. ¡Cómo se horrorizó al ver que la imagen había sido profanada con carne y agua sucia! Rodó de pena ante la columna (el monolito), preguntando al Gran Dios por qué había permitido la profanación de este santuario, dado que las ofrendas aceptables para Shiva son agua pura y flores frescas; se dice que hay mayor mérito en dejar una sola flor ante un dios que en ofrecer mucho oro. Para este sacerdote brahmán la muerte de las criaturas era un crimen repugnante comer carne, una inmensa abominación; tocar la boca de un hombre, una violación, y él observaba a los bárbaros cazadores como criaturas de orden inferior. Reflexionaba, sin embargo, que no debía tardar en llevar adelante su propio acostumbrado servicio; por ello limpió a la imagen cuidadosamente e hizo sus rezos corno era su costumbre de acuerdo con el rito Veda, cantó el himno convenido, circunvaló el santuario y volvió a su morada.

Durante algunos días tuvo lugar esta alternancia de los servicios a la imagen: el brahmán ofreciendo agua pura y flores en la mañana, y el cazador trayendo carne por la noche. Mientras tanto, llegó el padre de Robusto, pensando que su hijo estaba poseído, y se esforzó por hacer razonar al joven convertido; pero fue en vano, y no pudieron sino regresar a su pueblo y dejarle solo.

El brahmán no podía soportar este estado de cosas por mucho tiempo; apasionadamente llamó a Shiva para proteger su imagen de esta diaria profanación. Una noche el dios se apareció ante él diciendo: «Eso por lo que protestas es aceptable y bienvenido por mí. El que ofrece carne y agua de su boca es un cazador ignorante de los bosques que no sabe nada de tradiciones sagradas. Pero no lo observes a él, observa solamente su motivo; su rudo cuerpo está lleno de amor a mí, esa niisma ignorancia es su conocimiento de mí. Sus ofrendas, abominables a tus ojos, son puro amor. Pero tú debes observar mañana la prueba de su devoción.»

Al día siguiente Shiva mismo ocultó al brahmán detrás del santuario; entonces, para revelar toda la devoción de Robusto, hizo que pareciera que fluía sangre de uno de los ojos de su propia imagen. Entonces cuando Robusto trajo sus acostumbradas ofrendas, inmediatamente vio su sangre y gritó: «Oh mi señor, ¿quién te ha herido? ¿Quién ha hecho este sacrilegio cuando yo no estaba aquí para cuidarte?» Entonces buscó en todo el bosque para encontrar al enemigo; no encontrando a nadie, se puso a curar la herida con hierbas medicinales, pero fue en vano. Entonces recordó la máxima de los médicos, que lo mismo cura a lo mismo, e inmediatamente cogió una afilada flecha y quitó su propio ojo derecho y lo aplicó a la imagen del dios, y ¡mira! la sangre paró al instante. Pero, ¡ay de mí!, el segundo ojo comenzó a sangrar. Por un momento Robusto se sintió abatido e impotente; entonces tuvo la inspiración de que todavía tenía un medio de curarlo, y probó su eficacia. Cogió la flecha y se quitó el otro ojo, poniendo su pie contra el ojo de la imagen, para poder encontrarla cuando ya no viera.

Pero el propósito de Shiva estaba cumplido; adelantó una mano de la columna y paró la mano del cazador, diciéndole: «Es suficiente; desde ahota tu sitio estará siempre a mi lado en Kailas.» Entonces el sacerdote brahmán también vio que el amor es mayor que la pureza ceremonial, y Robusto ha sido amado para siempre como el «Santo del Ojo».

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