domingo, 23 de noviembre de 2008

UNA EXPERIENCIA ESPIRITUAL




"Aunque yo dé testimonio sobre mí mismo, mi testimonio es verdadero"
Fue temprano, en una mañana del año 1885, durante una hora de seria meditación y de fervorosa oración, cuando llena de fe formulé las siguientes preguntas ¿Existe alguna solución para ésta situación? ¿Existe algún poder en el vasto universo que pueda sanarme? La inmediata y completamente convincente respuesta no fue la de una voz audible, sino que fue una respuesta intuitiva del espíritu dador de vida, la misma que, cada vez más, atravesaba mi cuerpo iluminándolo y vivificándolo en cada átomo con la novedad de la vida.
En aquél entonces, tenía recomendaciones médicas que me esforzaba por cumplir y, por más de veinte años, casi todo el tiempo me encontraba bajo tratamiento. Mi caso había desconcertado a los mejores médicos del Este y de California, muchos de los cuales me habían declarado como incurable. Pero amablemente, me urgían a que me viera con otro médico, pensando que nada se perdería con ello. Encontrándome poco dispuesta a experimentar más tratamientos médicos, me opuse a sus deseos Entonces, mi marido me preguntó ansiosamente qué pretendía hacer, a lo que le contesté, sin entender completamente la importancia de mis palabras: "Conseguir mi bien, por supuesto"; y me retiré a mi cuarto para analizar la naturaleza de mi conducta, ya que nunca antes me había opuesto tan decididamente a las opiniones de mis amigos. Fue durante esta contemplación que hice las anteriores preguntas sobre mi curación y cuando recibí la respuesta.
Todo el tiempo, durante veintitrés años, estuve practicando o intentando practicar algún otro método distinto de curación, convencida de que algo debía hacerse, constantemente, para conseguir una mejoría; siempre esperando obtener algún alivio para mis condiciones, que aparentaban ser una particularidad mía o que, la mayoría de las veces, se creían que eran hereditarias. Durante todo ese tiempo, no tenía facilidad de sentido físico, ni reposo mental, ni satisfacción espiritual.
La respuesta a mi seria inquisición, sobre si existía algún poder que pudiera curarme, fue la de percibirme totalmente absorbida en una presencia que nunca antes había sentido. Esta presencia fue más que personal; fue omnipresente y fue tan real y tan vivificante e iluminadora, que yo misma me convertí en ella. La percibí como mi Vida, mi Ser, mi salud, conocimiento y poder. Fue como un "fuego que consumía", en el que todas las cosas se convertían en Él, que era esta Presencia manifestada. Al mismo tiempo en que me descubría a mí misma dentro de Dios, experimenté como se trazaban todas las cosas, es decir, que todo estaba incluido dentro de un eterno Dios-Padre o Una Causa y Fuente Infinita; pude ver la Creación del Infinito y contemplé lo que fue para mí "un nuevo cielo y una nueva tierra".
Ése fue el momento en el que empezó mi realización con la unidad de la Vida, cuando un destello de esta verdad iluminó mi visión mental; fue el momento que ahora yo entiendo como la reconciliación de uno mismo con el todo, del Creador y la creación. Estimado lector, desde ese momento yo ya no he cuestionado sobre cuál es "El Camino" ni he sabido de ninguna otra autoridad que no sea la Verdad auto-evidente.
En aquél entonces, no tenía intenciones de realizar curaciones, ni de dar enseñanzas a otros, ni de estar haciendo ningún trabajo como el que ahora realizo.
Mi primera promesa, luego de realizar la omnipresencia del Supremo Uno, fue esencialmente esta: que si yo pudiese ser curada mediante el conocimiento de la verdad, que nos hace libres, me esforzaría por servir a la Verdad, con unidad de propósito, según mis mejores capacidades. Estuve consciente de que el Uno, a quien hice esta promesa, lo presenciaba todo. Esto resultaba un poco preocupante, teniendo en cuenta la importancia de dicha promesa. La realización de la Verdad, de recuperar mi integridad, fue tan superior a mis esperanzas que ya ni pude decir "helo aquí o helo allí" sino que encontré que el reino de los cielos se evidenciaba dentro y en todas partes. La real existencia de la presencia de un Dios vivo y verdadero fue como rasgar un velo de separación, que hizo que me fuera visible la verdad de la sustancia de las cosas vivientes y como "Mediante la fe sabemos que el universo fue formulado por la Palabra de Dios", me resultó evidente que, mediante la fe, nuestros cuerpos fueron formados por la palabra de Dios.
Llegado a este punto, la pregunta que se presenta naturalmente es: ¿Fue usted curada instantáneamente? La respuesta es esta: Pude ver la irrealidad de las condiciones y quedé libre de la creencia de que ellas tuvieran algún poder, ya sea para el bien o para la enfermedad. Así, el hacha fue enterrada en la raíz del árbol y las antiguas condiciones se alejaban tan rápidamente como yo las repudiase, abandonando los viejos hábitos de pensamiento y de creencias.
Cuando mis amigos oyeron que yo había recuperado mi salud, ellos llamaban para saber qué era lo que me había beneficiado y, tal como lo expresaban cuando me encontraban, veían a una nueva persona y decían: "¿Es verdad que estás mejorando?", "¿es esto posible?", "¿puedes permanecer de pie todo el día?", etc. Esto me permitió ver cuán fuerte había sido la convicción que ellos tenían de considerarme como "incurable". Lo cual fue determinante para liberarme a mí misma de la creencia de ellos; me di cuenta que la única manera de lograrlo era liberándolos a ellos de las falsas creencias que tenían sobre mí. Descubrí que para gozar de la salud era necesario romper con el hábito de preguntar sobre mis sentimientos de tranquilidad o de enfermedad. Poner este descubrimiento en práctica me permitió librarme del ambiente de los pensamientos y creencias ajenas. No pasó mucho para que mis amigos me pidieran que les diera tratamiento
De mis primeros pacientes, hay tres casos de curación que están en mi memoria con más claridad que otros. Mi primer paciente fue una joven amiga, de quien los médicos decían que era rápidamente consumida por la tuberculosis. Sus amigos estaban considerando llevarla con otro médico, para proceder a un examen especial de los pulmones. Un día antes de que la examinaran, ella me llamó para ver si era cierto que podría recuperarse y yo la convencí de que viniera a verme todos los días, durante una semana, antes de verse con el médico, a lo que ella accedió. Antes de que se venciera ese plazo, ella realizó una perfecta curación y quedó libre desde ese momento.
Mi siguiente paciente fue una que había sido inválida durante diecisiete años. Ella fue profundamente curada y desde ese instante demostró la libertad de la Verdad en perfecta salud.
El tercer caso fue el de una persona que durante cinco años, sufría por ratos de dolores extremos; había intentado los tratamientos de los mejores médicos. Ella vino a verme fervorosamente todos los días durante tres semanas y, al finalizar este plazo, repentinamente había realizado su curación.
Decidí separar una tarde de cada semana para dar tratamientos libremente, e invité a todo aquél que pudiese venir. Generalmente, el número de concurrentes fue entre quince y veinte. Luego de los resultados del tratamiento, ellos solicitaban ser instruidos en mi método de curación, con lo cual empecé a dar mi enseñanza.

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